Vente, que va a llegar Diciembre y yo sólo tiemblo si te imagino con frío bajo la manta. Vente, con calma, y conmigo, dejándome adivinar tu llegada gracias a la melodía que canta tu respiración. Vente, que tengo que contarte los lunares por si algún día se te pierde alguno.
Porque te conocí en medio de la nada, mientras yo hacía vudú al aire, buscando el alfiler que lanzaba para que te pinchases en la paja de mi mente. Porque te miré con los ojos cerrados, y le dijiste a mi rímel que por la mañana no me dejase abrirlos, porque de sueños se vivía.
Y yo me quedé ahí, mirándote y preguntándome por cómo me latía el corazón, y si tú serías uno de esos sueños.
Después de besar tu sonrisa, busqué desesperadamente el alfiler y la aguja, pues sólo quería coser mis labios a los tuyos, con un hilo de voz. Y te echaba la culpa, y de menos, por las heridas que tenía en los míos hechas por mis ganas, y por las tuyas.
Déjame explicarte, ahora que duermes, por qué sale el sol. Por qué hace tan mal tiempo donde hemos vivido. Y sólo te diré que es una excusa, para mojar tu piel o para que salgan tus pecas a bailar en el salón de tus mejillas, y he de confesarte, que sé de qué color son tus ojos, porque viven encima de tu sonrisa.
Y es que no encuentro razón mejor para escribir de madrugada que la de despertarte a versos, volándote bajito. Y es que no sé qué hace Cortázar con sus citas que son sólo frases célebres. O Neruda escribiendo poesía si no te ha visto resumir apuntes, o escribir la lista de la compra. Tampoco entiendo que el sol siga saliendo los días que tú te quedas en casa.
Anda, ven. Que el frío y mis ganas arañan la piel.