lunes, 22 de octubre de 2012

Hay días..

Hay días que quieres que no acaben nunca, porque son días perfectos, días en los que todo sale tal y como esperabas; cada segundo es igual o mejor que el anterior. Son días que cuando te metes en la cama y te pones a hacer un poco de balance, no te salen las palabras de lo genial que ha sido todo y te limitas a decir: ¡Qué buen día joder!
En cambio, hay otros días, que deseas que no hubieran existido nunca, que deseas no haberte despertado, ni haber salido de la cama, tras hacer balance la noche anterior. Son días que deseas que fuesen lo más breves posible. Son días en los que sólo quieres estar en casa, pero no en la tuya, encerrada en la habitación y desconectar del mundo... Dejar de lado todo lo que pasa a tu alrededor. Y hoy es uno de ellos...

Pero sabes que no puedes, que tienes que salir de esa cama, y afrontar el día con tu mejor sonrisa. Y ponerte tus nuevas botas, aunque no llueva, sólo por la ilusión de pisar los charcos. 
Aprender a bailar bajo la lluvia, nunca está de más, aunque no llueva.. 
Hay que aprender a mirar bajo nuestros pies, pisar el suelo a pesar de los charcos, y que no nos importe mojarnos. Antes o después sale el sol, y que lo haga por donde quiera, que aquí estoy yo.



Lo mejor que nos puede pasar es volver a ser niños, porque definitivamente, las rodillas raspadas duelen menos que los corazones rotos...



Lucía.

domingo, 21 de octubre de 2012

Cosas que nunca te he dicho.

La impaciencia que tengo en ciertos aspectos no me permite guardar cosas a largo plazo. Nunca se me ha dado bien hacer colecciones.
Sin embargo, hace poco, descubrí que, durante mucho tiempo, he ido creando una, sin tener siquiera consciencia de ello.
Mi colección la forman las cosas que nunca te he dicho.
(Cómo no, tenía que tener algo que ver contigo).
Metáforas aparte, si sabes buscar bien, podrías encontrar en algún lugar de mi cuarto un par de cuadernos: uno morado y otro beige, llenos de frases inconexas que, desde el primer trazo, intentaban marcar un antes y un después en mi concepción de lo que "necesito".
Durante mucho tiempo tuve más cosas que decirte de las que yo misma, que siempre he sido de pocas palabras, podía abarcar, y eso me llevó a escribirlas.
En la página número tres, plasmé la forma arrasadora de mirarme que tenían tus ojos la primera vez que te vi después de años.
Recuerdo haber llorado encima de la página catorce, (dónde aún quedan los rastros salados de dos gotas que recorrieron mi mejilla) en la que sólo hay ocho letras conjugadas formando dos palabras (tan efímeras en tu boca como una cerveza en tus manos).
En la número veintitrés, conseguí por fin dormir toda la noche de un tirón.
La treinta y seis me vio sonreír contándote que estaba feliz después de todo. Que otros ojos me miraban parecido a como tú lo hacías. Fue la primera vez que escribía "todo va bien", recuerdo incluso haber usado exclamaciones.
Después, la página cincuenta, ajustó mis cuentas pendientes y le dijo adiós definitivamente al nuevo encuentro de hace años, y me sentía mal, pero feliz. Como una de esas veces en las que crees que estás soñando pero todo está pasando en realidad.
Invertí cincuenta noches rellenando cincuenta páginas en las que sólo plasmaba la suerte que tuve al conocerte. Quizá esperabas algún "Te echaré de menos", o uno de esos jodidos "Ojalá no te hubiera conocido nunca"... pero no fue así. Me hice la fuerte. Soy fuerte. Y aunque me moría de ganas de decirte que te iba a echar de menos, me las aguanté. (Como una campeona). Ni una de esas páginas dice nada de eso, me lo tomé lo mejor que pude y seguí adelante.

Creo en la inercia, creo en el destino y sobre todo: Creo en que el tiempo pone cada cosa en su lugar. Y yo aún tengo muchas páginas en blanco en mi cuaderno.